Casa numa. Proyecto de arquitectura aplicando la neuroarquitectura realizado por la arquitecta murciana María Brotons

Neuroarquitectura: cómo sentimos el espacio

La forma en que percibimos un espacio se debe a una crossmodalidad sensorial, es la experiencia completa interactuando todos los sentidos a la vez, habiendo siempre algún sentido más relevante que otro e interfiriendo entre ellos. Se trata de una experiencia fenomenológica: individual y coyuntural. Es la experiencia subjetiva del espacio. 

La neuroarquitectura estudia cómo los entornos que habitamos a través de la cognición  influyen en nuestro cerebro, nuestro estado de ánimo y nuestras conductas.

¡Hola! Soy María Brotons, neuroarquitecta en Casalinga y, en este artículo, quiero explicarte de forma sencilla cómo el diseño arquitectónico y el interiorismo transforman radicalmente la experiencia que se vive en un lugar, cuando se alinean con principios neurocientíficos. Comencemos por el principio:

¿Qué es la neuroarquitectura y por qué importa?

La neuroarquitectura es una disciplina fascinante que une dos mundos que, hasta hace poco, parecían muy alejados: el de la neurociencia y el del diseño arquitectónico. Su objetivo es comprender cómo los espacios que habitamos impactan en nuestras emociones, nuestra mente y hasta en nuestra forma de comportarnos.

Personalmente, siempre he sentido que un espacio no se entiende solo desde su forma o función, sino desde cómo se vive y cómo nos hace sentir. Por eso, cuando descubrí la neuroarquitectura, sentí que le ponía nombre científico a algo que ya intuía como diseñadora: que el entorno moldea nuestro bienestar de forma silenciosa pero constante.

Mujer leyendo en el salón de su casa, diseñado aplicando los principios de la neuroarquitectura por la neuroarquitecta murciana María Brotons

El vínculo entre el entorno y el cerebro

Nuestro cerebro responde de manera automática a los estímulos del espacio. La luz, los sonidos, los colores, las geometrías, las proporciones… todo genera una reacción emocional, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Lo he visto en muchos de mis proyectos: cómo una simple apertura al exterior cambia el ánimo, cómo una textura natural puede transmitir calma, o cómo una buena distribución influye incluso en las relaciones dentro del hogar.

La neuroarquitectura estudia esta interacción y nos permite tomar decisiones de diseño basadas no solo en lo que es bonito o práctico, sino en lo que realmente nos hace bien.

Una disciplina entre la ciencia y el diseño

Aplicar la neuroarquitectura no significa convertirnos en científicos, pero sí estar abiertos a comprender cómo funciona el cerebro y qué necesita para sentirse seguro, estimulado o en calma. Para mí, es una forma de diseñar desde el respeto: hacia las personas, hacia su historia y hacia sus emociones.

Esto implica trabajar con rigor, sí, pero también con escucha y sensibilidad. A veces es tan simple como elegir un material que evoque cercanía o diseñar un rincón donde apetezca parar, respirar y reconectar. Y cuando lo ves funcionar, sabes que tiene sentido.

Beneficios de aplicar criterios basados en la neuroarquitectura 

Diseñar espacios contrastando y basándonos en resultados obtenidos en estudios científicos previos, cambia radicalmente la experiencia de habitar un espacio. Se trata de un diseño por y para el bienestar de las personas, mejorando así su impacto en la salud mental y emocional. 

¿Cómo percibimos los espacios? La arquitectura desde los sentidos

Percibir un espacio es una experiencia compleja, personal y momentánea. Cada lugar nos afecta de un modo ineludible: no solo lo vemos, también lo tocamos, lo olemos, lo escuchamos e incluso lo recordamos a través del movimiento. 

Diseñar a través de los sentidos no es un recurso estético, sino una forma de influir positivamente en cómo nos sentimos y nos comportamos. Un entorno pensado desde esta mirada puede generar calma, estimular la creatividad o hacernos sentir protegidos. Y lo más interesante es que muchas veces, esas sensaciones se activan con pequeños detalles.

La vista: luz, forma y color

La vista es el primer sentido con el que nos relacionamos con un espacio. La manera en que la luz entra, cómo se proyectan las sombras, los colores elegidos o las proporciones de un ambiente, generan sensaciones muy distintas: amplitud, calma, dinamismo…

En mi experiencia, trabajar con la luz natural es una de las decisiones más potentes. Un rayo de sol entrando o una vista bien enmarcada cambian por completo cómo se vive un lugar.

Los colores también son clave: los tonos cálidos y naturales ayudan a relajar, mientras que los más vibrantes pueden activar y energizar. Lo importante es encontrar el equilibrio que acompañe al uso del espacio y al ritmo de quien lo habita.

El tacto: materiales, texturas y temperatura

El tacto influye profundamente en nuestra percepción del confort. La rugosidad de una pared, la suavidad de una tela, la calidez de una madera o la frialdad de un metal…

Diseñar desde el tacto es pensar en la experiencia física del espacio: cómo se pisa, qué sensación transmite la superficie.

El oído y el olfato: sonidos, silencio y aromas

El ambiente sonoro y olfativo también define la atmósfera de un lugar. Un espacio puede ser hermoso visualmente, pero si hay ruido constante o una acústica agresiva, difícilmente se disfrutará de forma plena.

En cambio, el silencio —bien diseñado— permite que se escuchen sonidos agradables: el agua, el viento, una conversación en tono bajo. A nivel emocional, esto tiene un efecto directo sobre nuestro sistema nervioso.

Lo mismo ocurre con los aromas: un espacio ventilado, con presencia de plantas naturales o materiales nobles como la madera, genera un entorno más placentero.

El movimiento y la memoria espacial

La forma en que nos movemos dentro de un espacio también construye una relación emocional con él. Nuestro cuerpo guarda memorias espaciales: sabemos cuándo un lugar nos permite fluir y cuándo nos genera tensión.

Un buen diseño facilita ese movimiento: no bloquea ni abruma, sino que acompaña. Diseñar pensando en el recorrido, en los ritmos, en las pausas, permite que las personas vivan el espacio con naturalidad y sin esfuerzo.

A veces, un giro en el recorrido o una vista al final de un pasillo pueden generar una micro experiencia de sorpresa o alivio. Son esos pequeños gestos arquitectónicos los que convierten lo funcional en algo que va más allá.

Principios de diseño basados en la neuroarquitectura

La neuroarquitectura no ofrece fórmulas rígidas, sino resultados basados en estudios científicos y estrategias de diseño que guían hacia una arquitectura más humana, donde cada decisión se toma con la experiencia del usuario en mente. Estos principios nos permiten crear espacios que activen respuestas positivas a nivel cognitivo, emocional y sensorial.

1. Confort emocional y cognitivo

Un espacio confortable es aquel que no exige un esfuerzo constante de adaptación.

Cuando diseñamos pensando en el confort emocional, lo que buscamos es que el usuario se sienta seguro, en calma, con capacidad de concentración o descanso, según el uso del espacio. 

Por otro lado, el confort cognitivo tiene que ver con la facilidad de orientación, la claridad en la organización espacial y la comprensión intuitiva del entorno. Un espacio que se recorre con fluidez, reduce la carga mental y permite una experiencia más fluida y agradable.

2. Coherencia entre función y emoción

Uno de los errores más frecuentes en diseño es sacrificar la experiencia del usuario por una solución puramente estética o técnica. 

En mi práctica, siempre me hago una pregunta clave: ¿Qué debe sentir la persona cuando habita este espacio? Esa respuesta guía cada decisión.

Una cocina puede estar diseñada para facilitar el movimiento y también para invitar a compartir. Un dormitorio puede ser un refugio, un lugar de introspección, no solo una cama bien ubicada.

Cuando diseño con esta coherencia entre lo que el espacio “hace” y lo que el espacio “provoca”, los resultados son mucho más significativos.

3. Ritmo, proporción y conexión con la naturaleza

La armonía visual y espacial tiene un impacto directo en cómo nos sentimos. El ritmo —entendido como repetición y variación de elementos— y la proporción son herramientas que ayudan a generar orden, legibilidad y belleza en un espacio.

Por ejemplo, una secuencia bien pensada de columnas, luminarias o aberturas genera una sensación de estabilidad y calma. Y cuando estas proporciones dialogan con lo humano —con nuestra escala corporal y nuestra percepción del entorno— se produce una conexión emocional muy potente.

Además, integrar la naturaleza no es solo cuestión de estética. El vínculo visual o físico con elementos naturales como la luz solar, la vegetación o los materiales orgánicos nos conecta con nuestra biología más básica. 

Diseñar espacios desde la neuroarquitectura es, en realidad, una forma de cuidar. Cuidar del descanso, de la concentración, del vínculo con los demás y, sobre todo, de cómo nos sentimos en el día a día. Nuestro entorno no es un simple contenedor: es un protagonista que en silencio moldea nuestras rutinas, emociones y pensamientos.

Si estás pensando en dar forma a un nuevo espacio —ya sea tu hogar, tu lugar de trabajo o un proyecto especial—, te invito a descubrir cómo un diseño consciente puede cambiar el lugar y tu manera de habitarlo.

Te esperamos en nuestro estudio de arquitectura en Murcia, o si lo prefieres, escríbenos y cuéntanos tu idea. Estaremos encantadas de ayudarte a convertirla en un lugar que realmente te represente.

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